INGRATITUD.
¡ Dios mío!
cómo me duelen
las ingratitudes,
lastiman el alma
que por la tuya
mis ojos se secaron
de tanto llanto.
Ni te imáginas
cuanto dolor sintió
mi corazón
al descubrir en ti
mezquidad.
Sé que nadie
es imprescindible.
Ahora que ya no te soy útil
me haces de lado
sin pena alguna.
Abandonándome
hiriéndome
para justificar tu ingratitud.
Esta desilución
me la merezco
por haberme dado
integramente a ti.
Que ciega fui,
pero no me arrepiento
haberte amado tanto
sólo que ahora sé
que no lo mereciste.
Rosa Contreras.
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